- ¡Vaya consuelo! Perdiste la
confianza del Congreso, pero te has ganado la confianza de Multivac.
-La confianza de Multivac es lo
más importante en este mundo- manifestó Bakst, totalmente serio.
"Vida y Obra de Multivac", Isaac
Asimov
Analizando detenidamente el
extracto, nos podemos plantear ¿cómo es posible que Multivac pueda sentir confianza o desconfianza
por alguien? La confianza se trata de un concepto que, a priori, asociamos
únicamente con los individuos de nuestra misma especie. Por ejemplo, un
teléfono móvil no es capaz de confiar ni desconfiar en su dueño ya que, el
dispositivo no puede saber si su propietario es ‘de fiar’. Hasta el momento, no
existe ninguna máquina que sea capaz de, ni siquiera, acercarse al nivel de
complejidad del pensamiento humano pero, es posible, e incluso probable, que
en futuro no muy lejano este tipo de máquinas empiecen a aparecer.
Ahora bien, ¿qué poseemos los
humanos que nos permite pensar y sentir, cosa que, ni animales ni
ordenadores supuestamente pueden hacer? ¿De qué modo nuestro organismo difiere
de un primate o de una abeja, para justificar la existencia tal diferencia?
Podríamos afirmar que la causa de
la existencia de esas características únicas y especiales radican en la
presencia de una mente propia y única de los seres humanos. Sin embargo,
existen una gran variedad de formas a la hora de afrontar el ‘dilema mente-cerebro’. ¿Acaso la
mente conforma una parte física de nuestro cerebro o -como, por ejemplo, gran
parte de las religiones afirman- esta se
trata de un elemento que transciende a nuestra propia realidad?
Dependiendo del punto de vista que
cada uno de nosotros adoptemos ante esta cuestión, la respuesta a la pregunta
de si las máquinas pueden pensar será totalmente diferente.
Existe la posibilidad de que
mantengamos una postura cercana al fisicalismo -también conocido como
materialismo reduccionista- y, creamos que el ser humano -así como todo lo que
existe en nuestro universo- se pueda reducir a un conjunto de partículas que
interaccionan entre sí. En ese caso, podremos comenzar a plantearnos la
posibilidad de que las máquinas puedan pensar.
Los fisicalistas no creen en la
existencia de ningún ente o elemento extracorpóreo que nos haga diferentes de
los demás seres vivos, incluso de las máquinas. Para ellos toda la materia
que compone nuestro universo consta de unas propiedades similares e
inalterables, de las cuales también nosotros damos cuenta.
Por lo tanto, ¿cuál es el
elemento que nos podría hacer diferentes de todo lo demás?
Definitivamente no somos iguales a una
piedra, ni tampoco nos parecemos a un protozoo, entonces: ¿qué es lo que hay
diferente en nosotros?
La gran mayoría de fisicalistas
opinan que la clave de nuestro "ser" reside en el cerebro. Ese órgano, por lo
tanto, es el único responsable de que seamos lo que somos. De él provienen todos nuestros pensamientos y
sentimientos y, hacia él viajan todos los estímulos que captamos de la realidad
a nuestro alrededor.
Se explica así la mente humana
con la ‘metáfora del ordenador’: según esta nuestro cerebro es como una máquina
en tanto que responde a estímulos (inputs) elaborando una respuesta (outputs).
Ahora bien, ¿qué es lo que nos ha
sucedido para que desarrolláramos un cerebro único y singular?
Desde los mismos orígenes de la
especie humana, con el Ardiphitecus y, más tarde el Australopitecus, la
capacidad craneal de nuestros ancestros fue progresivamente aumentando. El
ulterior desarrollo del lenguaje, junto a la fabricación y utilización de
herramientas -entre ellas el fuego y las armas de caza- ha permitido que, a día
de hoy, el hombre sea tal y como lo conocemos.
Todo ello, unido al desarrollo de
la vida en sociedad, permitió que nuestros primitivos congéneres tomaran un
camino diferente al resto de animales. Fueron paulatinamente adquiriendo una
consciencia, una mente: algo que les hizo situarse un escalafón por encima del
resto de seres vivos -evolutivamente hablando-.
Para los defensores a ultranza de
la teoría fisicalista, nuestra esencia y naturaleza se podría reducir a un
conjunto de uniones sinápticas entre unas células llamadas neuronas. Todo
nuestro yo, desde nuestros más básicos instintos hasta los pensamientos de mayor
profundidad, serían pues el resultado de la transmisión de impulsos nerviosos
entre estos corpúsculos. Nuestra mente, la cual consideramos única y especial, se reduciría a un conjunto de procesos bioquímicos de gran complejidad que, no son únicos en la especie humana.
Turing: Bueno, si solo cuenta el
cerebro, déjenme proponer el siguiente experimento mental. Efectuemos un mapa
minucioso de todas las neuronas, sinapsis y demás conexiones del cerebro del
Dr. Haldane. Ahora supongan que sustituyo cada uno de estos componentes por un
equivalente electrónico, todos ellos conectados exactamente de la misma forma a
como están unidos los componentes del cerebro de Haldane. Entonces, no solo
esta copia electrónica del cerebro de Haldane debería Pensar 'justo como
Haldane, sino que según la teoría de la continuidad física debería 'ser'
Haldane.
"El quinteto de Cambridge",
J.L.Casti
Pero, ¿no es cierto que, en algún
momento, seremos capaces de replicar todas las conexiones neuronales de nuestro
cerebro? ¿Podremos entonces afirmar que las máquinas piensan? O, como afirma
Turing, ¿deberemos considerar a ese artefacto como un ser con vida y
sentimientos -al contar con ese yo característico de la especie humana-?
Muchos autores dentro del campo
de la ciencia-ficción, como Philip K. Dick, Isaac Asimov e, incluso, Stephen King
han tratado de forma extensa la posibilidad de que ciertos artefactos
electrónicos puedan llegar a tener vida.
Asimov, dedicó gran parte
de su producción literaria a los robots. También elaboró diversos relatos de
corta extensión que giran en torno a Multivac, un potentísimo supercomputador
presente universalmente en nuestro planeta, con una capacidad muy superior a la
de los seres humanos, capaz de sentir y de pensar.
Philip Dick, también introdujo en
su obra el tema de máquinas que contaban con voluntad propia y, en cierto
modo, también con sentimientos. En la novela ¿Sueñan los androides con Ovejas
Eléctricas? realiza una extensa reflexión sobre la posibilidad de que los seres
artificiales tengan la capacidad de pensar y de tomar sus propias decisiones.
Asimismo, se plantea la posibilidad de que los seres humanos podamos sentir
empatía por máquinas que simulan tener vida.
—Estoy bien —sacudió la cabeza,
como si tratara de aclarar sus ideas, aún sorprendido—. La araña que Mercer le
dio a Isidore, el cabeza de chorlito, también debía de ser artificial. Pero no
importa. Las cosas eléctricas también tienen su vida, por pequeña que ésta sea.
"¿Sueñan los androides con Ovejas
Eléctricas?", Philip K.Dick
Turing, una gran eminencia en el
campo de las matemáticas, ideó un test para determinar si las personas eran
capaces de identificar si estaban manteniendo una conversación con un ordenador
o con un ser humano. Hasta el momento ninguno de los ordenadores ha logrado
convencer a todos sus interlocutores de que se trataba de un ser humano pero, en los últimos años, varios software -como ‘Eugene Gootsman’- han conseguido
engañar a más de un 30% de ellos. ¿Deberíamos pues, plantearnos la posibilidad
de que estos circuitos impresos aparentemente inertes alberguen algo de vida en
su interior?
En contraposición a la mentalidad
reduccionista o fisicalista, existen otros planteamientos que no
conciben la posibilidad de que ningún otro ser o, ‘máquina’, sea capaz de pensar
del mismo modo que nosotros, los seres humanos, lo hacemos. Pero, ¿acaso las
máquinas y los ordenadores no son programados por humanos y se limitan únicamente a
repetir, una y otra vez, las órdenes para las que han sido instruidas?
¿Cómo un dispositivo de esta
índole puede ser capaz de abandonar su secuencia lógica y hacerse autónomo?
Para que un ordenador sea capaz de desarrollar una conciencia y pensar, es
necesario que éste sea construido y diseñado específicamente para ese fin.
De todos modos, sería necesario
llevar a cabo una investigación de tal magnitud que, a día de hoy, seguramente
sería inviable teniendo en cuenta la tecnología de la que disponemos. En todo
caso, ¿sería ético llevar a cabo este tipo de investigaciones? ¿No estaríamos
poniendo en peligro la estabilidad de nuestra sociedad e, incluso, de nuestra especie?
Una gran variedad de posturas
relacionadas con el ámbito filosófico y religioso, plantean una opción diferente a la expuesta hasta el momento: la separación entre
cuerpo -nuestra parte física- y, mente -la parte no física o transcendente- a
la que también nos podemos referir como alma.
Tengo yo un cuerpo al que
estoy estrechamente unido, sin embargo, puesto que Por una Parle tengo una idea
clara y distinta de mí mismo, según la cual soy algo que piensa y no extenso,
y, por otra parte, tengo una idea distinta del cuerpo según la cual este es una
cosa extensa, que no piensa, resulta cierto que yo, es decir mi alma, por la
cual soy lo que soy, es entera y verdaderamente distinta de mi cuerpo, pudiendo
ser y existir sin el cuerpo.
"Meditaciones metafísicas", René Descartes
Si compartimos esta posición dualistas, nos resultará imposible afirmar que una máquina sea
capaz de pensar y sentir, de la misma forma en la que nosotros lo hacemos.
Los fisicalistas piensan que, la
única y principal diferencia entre nosotros y una bacteria, es el grado de
desarrollo de nuestro cerebro. Por lo que los defensores de la existencia de dos elementos antagónicos, no
compartirían nunca este planteamiento. Sin embargo, ¿acaso no todos los animales superiores tienen un
cerebro con características similares al nuestro? Entonces, ¿por qué un
chimpancé no es capaz de hacer música ni reflexionar sobre el sentido de su
vida?
Parece ser que nosotros, los humanos, simplemente por el
hecho de serlo, contamos con una cualidad no-física que nos obliga a ser
cómo somos.
Dicha cualidad, es a la que los filósofos presocráticos
denominaban psiké (alma). Platón, entre otros, defendía que a cada ser humano, en el momento de nacer, un dios hacedor denominado "demiurgo" insuflaba el alma a los cuerpos. A partir de ese
momento, el sentido de nuestra vida se centraba en recordar todo
aquello que, esta parte inmortal y trascendente, había olvidado con el paso al mundo material. De
igual modo, filósofos como Aristóteles o, posteriormente Descartes, también propusieron diferentes teorías en este sentido, recalcando la diferencia entre ambos elementos.
Por lo tanto, desde el punto de
vista dualista, es esta parte inmaterial la que nos hace y distingue como personas y no como animales salvajes. Pero, ¿puede un conjunto de cables y
transistores tener alma? ¿Puede un ordenador contar con este componente metafísico?
La respuesta a estas preguntas, aunque parezca mentira, no
puede ser respondida de una manera rotunda.
La mayoría de fisicalistas
defienden que -a nivel teórico- sería viable la posibilidad de que algún día un
circuito llegara a alcanzar el nivel de complejidad de nuestro cerebro y, por
lo tanto, generara sentimientos y pensamientos, tal y como nosotros lo hacemos.
Sin embargo, la mayor parte de
dualistas niegan la posibilidad de que un circuito electrónico pueda llegar a
tener mente. Aunque este contara con una estructura similar a nuestro cerebro,
sería incapaz de desarrollar la dimensión ética, autoconsciente y sentimental
que nos caracteriza. Según ellos, la máquina no podría sentir envidia, odio, o
empatía. Sin embargo, podría ser capaz de resolver problemas matemáticos de
diversa índole.
Por lo tanto, ¿pueden ser capaces las
máquinas de pensar?
Para intentar hallar la respuesta
a esta pregunta, cada uno debe sopesar sus creencias y pensamientos acerca de
su propia naturaleza. Más allá de plantearse si un dispositivo electrónico
pudiese alcanzar una actitud similar a la humana, la cuestión tiene aún mayor
transcendencia.
¿Somos únicos? ¿Tenemos motivos
para considerarnos especiales en algún modo por tener la capacidad de
reflexionar y sentir? ¿En el fondo, no somos máquinas programadas por la
evolución que simplemente nos limitamos a ejecutar el código genético escrito
en nuestras células? Y, finalmente: ¿podrá algún día una máquina reflexionar
sentir, y pensar, tal y como nosotros,
los seres humanos, lo hacemos?
- Multivac, ¿qué es lo que
deseas? -
El momento que transcurrió entre
pregunta y respuesta les pareció interminable, pero Othman y Gulliman no se
atrevían siquiera a respirar.
Se oyó un clic y surgió una
tarjeta. Muy pequeña. Sobre ella, con letras muy claras, se hallaba la
respuesta:
- Deseo morir. -
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