miércoles, 16 de marzo de 2016

¿PUEDEN PENSAR LAS MÁQUINAS?




- ¡Vaya consuelo! Perdiste la confianza del Congreso, pero te has ganado la confianza de Multivac.
-La confianza de Multivac es lo más importante en este mundo- manifestó Bakst, totalmente serio.

"Vida y Obra de Multivac", Isaac Asimov

Analizando detenidamente el extracto, nos podemos plantear ¿cómo es posible que Multivac pueda sentir confianza o desconfianza por alguien? La confianza se trata de un concepto que, a priori, asociamos únicamente con los individuos de nuestra misma especie. Por ejemplo, un teléfono móvil no es capaz de confiar ni desconfiar en su dueño ya que, el dispositivo no puede saber si su propietario es ‘de fiar’. Hasta el momento, no existe ninguna máquina que sea capaz de, ni siquiera, acercarse al nivel de complejidad del pensamiento humano pero, es posible, e incluso probable, que en futuro no muy lejano este tipo de máquinas empiecen a aparecer.

Ahora bien, ¿qué poseemos los humanos que nos permite pensar y sentir, cosa que, ni animales ni ordenadores supuestamente pueden hacer? ¿De qué modo nuestro organismo difiere de un primate o de una abeja, para justificar la existencia tal diferencia?
Podríamos afirmar que la causa de la existencia de esas características únicas y especiales radican en la presencia de una mente propia y única de los seres humanos. Sin embargo, existen una gran variedad de formas a la hora de afrontar el ‘dilema mente-cerebro’. ¿Acaso la mente conforma una parte física de nuestro cerebro o -como, por ejemplo, gran parte de las religiones afirman-  esta se trata de un elemento que transciende a nuestra propia realidad?

Dependiendo del punto de vista que cada uno de nosotros adoptemos ante esta cuestión, la respuesta a la pregunta de si las máquinas pueden pensar será totalmente diferente.
Existe la posibilidad de que mantengamos una postura cercana al fisicalismo -también conocido como materialismo reduccionista- y, creamos que el ser humano -así como todo lo que existe en nuestro universo- se pueda reducir a un conjunto de partículas que interaccionan entre sí. En ese caso, podremos comenzar a plantearnos la posibilidad de que las máquinas puedan pensar.
Los fisicalistas no creen en la existencia de ningún ente o elemento extracorpóreo que nos haga diferentes de los demás seres vivos, incluso de las máquinas. Para ellos toda la materia que compone nuestro universo consta de unas propiedades similares e inalterables, de las cuales también nosotros damos cuenta.
Por lo tanto, ¿cuál es el elemento que nos podría hacer diferentes de todo lo demás?
Definitivamente no somos iguales a una piedra, ni tampoco nos parecemos a un protozoo, entonces: ¿qué es lo que hay diferente en nosotros?
La gran mayoría de fisicalistas opinan que la clave de nuestro "ser" reside en el cerebro. Ese órgano, por lo tanto, es el único responsable de que seamos lo que somos.  De él provienen todos nuestros pensamientos y sentimientos y, hacia él viajan todos los estímulos que captamos de la realidad a nuestro alrededor.

Se explica así la mente humana con la ‘metáfora del ordenador’: según esta nuestro cerebro es como una máquina en tanto que responde a estímulos (inputs) elaborando una respuesta (outputs).

Ahora bien, ¿qué es lo que nos ha sucedido para que desarrolláramos un cerebro único y singular?
Desde los mismos orígenes de la especie humana, con el Ardiphitecus y, más tarde el Australopitecus, la capacidad craneal de nuestros ancestros fue progresivamente aumentando. El ulterior desarrollo del lenguaje, junto a la fabricación y utilización de herramientas -entre ellas el fuego y las armas de caza- ha permitido que, a día de hoy, el hombre sea tal y como lo conocemos.
Todo ello, unido al desarrollo de la vida en sociedad, permitió que nuestros primitivos congéneres tomaran un camino diferente al resto de animales. Fueron paulatinamente adquiriendo una consciencia, una mente: algo que les hizo situarse un escalafón por encima del resto de seres vivos -evolutivamente hablando-.

Para los defensores a ultranza de la teoría fisicalista, nuestra esencia y naturaleza se podría reducir a un conjunto de uniones sinápticas entre unas células llamadas neuronas. Todo nuestro yo, desde nuestros más básicos instintos hasta los pensamientos de mayor profundidad, serían pues el resultado de la transmisión de impulsos nerviosos entre estos corpúsculos. Nuestra mente, la cual consideramos única y especial, se reduciría a un conjunto de procesos bioquímicos de gran complejidad que, no son únicos en la especie humana.
  
Turing: Bueno, si solo cuenta el cerebro, déjenme proponer el siguiente experimento mental. Efectuemos un mapa minucioso de todas las neuronas, sinapsis y demás conexiones del cerebro del Dr. Haldane. Ahora supongan que sustituyo cada uno de estos componentes por un equivalente electrónico, todos ellos conectados exactamente de la misma forma a como están unidos los componentes del cerebro de Haldane. Entonces, no solo esta copia electrónica del cerebro de Haldane debería Pensar 'justo como Haldane, sino que según la teoría de la continuidad física debería 'ser' Haldane.
"El quinteto de Cambridge", J.L.Casti

Pero, ¿no es cierto que, en algún momento, seremos capaces de replicar todas las conexiones neuronales de nuestro cerebro? ¿Podremos entonces afirmar que las máquinas piensan? O, como afirma Turing, ¿deberemos considerar a ese artefacto como un ser con vida y sentimientos -al contar con ese yo característico de la especie humana-?
Muchos autores dentro del campo de la ciencia-ficción, como Philip K. Dick, Isaac Asimov e, incluso, Stephen King han tratado de forma extensa la posibilidad de que ciertos artefactos electrónicos puedan llegar a tener vida.
Asimov, dedicó gran parte de su producción literaria a los robots. También elaboró diversos relatos de corta extensión que giran en torno a Multivac, un potentísimo supercomputador presente universalmente en nuestro planeta, con una capacidad muy superior a la de los seres humanos, capaz de sentir y de pensar.
Philip Dick, también introdujo en su obra el tema de máquinas que contaban con voluntad propia y, en cierto modo, también con sentimientos. En la novela ¿Sueñan los androides con Ovejas Eléctricas? realiza una extensa reflexión sobre la posibilidad de que los seres artificiales tengan la capacidad de pensar y de tomar sus propias decisiones. Asimismo, se plantea la posibilidad de que los seres humanos podamos sentir empatía por máquinas que simulan tener vida.

—Estoy bien —sacudió la cabeza, como si tratara de aclarar sus ideas, aún sorprendido—. La araña que Mercer le dio a Isidore, el cabeza de chorlito, también debía de ser artificial. Pero no importa. Las cosas eléctricas también tienen su vida, por pequeña que ésta sea.

"¿Sueñan los androides con Ovejas Eléctricas?", Philip K.Dick

Turing, una gran eminencia en el campo de las matemáticas, ideó un test para determinar si las personas eran capaces de identificar si estaban manteniendo una conversación con un ordenador o con un ser humano. Hasta el momento ninguno de los ordenadores ha logrado convencer a todos sus interlocutores de que se trataba de un ser humano pero, en los últimos años, varios software -como ‘Eugene Gootsman’- han conseguido engañar a más de un 30% de ellos. ¿Deberíamos pues, plantearnos la posibilidad de que estos circuitos impresos aparentemente inertes alberguen algo de vida en su interior?

En contraposición a la mentalidad reduccionista o fisicalista, existen otros planteamientos que no conciben la posibilidad de que ningún otro ser o, ‘máquina’, sea capaz de pensar del mismo modo que nosotros, los seres humanos, lo hacemos. Pero, ¿acaso las máquinas y los ordenadores no son programados por humanos y se limitan únicamente a repetir, una y otra vez, las órdenes para las que han sido instruidas?
¿Cómo un dispositivo de esta índole puede ser capaz de abandonar su secuencia lógica y hacerse autónomo? Para que un ordenador sea capaz de desarrollar una conciencia y pensar, es necesario que éste sea construido y diseñado específicamente para ese fin.
De todos modos, sería necesario llevar a cabo una investigación de tal magnitud que, a día de hoy, seguramente sería inviable teniendo en cuenta la tecnología de la que disponemos. En todo caso, ¿sería ético llevar a cabo este tipo de investigaciones? ¿No estaríamos poniendo en peligro la estabilidad de nuestra sociedad e, incluso, de nuestra especie?

Una gran variedad de posturas relacionadas con el ámbito filosófico y religioso, plantean una opción diferente a la expuesta hasta el momento: la separación entre cuerpo -nuestra parte física- y, mente -la parte no física o transcendente- a la que también nos podemos referir como alma.

Tengo yo un cuerpo al que estoy estrechamente unido, sin embargo, puesto que Por una Parle tengo una idea clara y distinta de mí mismo, según la cual soy algo que piensa y no extenso, y, por otra parte, tengo una idea distinta del cuerpo según la cual este es una cosa extensa, que no piensa, resulta cierto que yo, es decir mi alma, por la cual soy lo que soy, es entera y verdaderamente distinta de mi cuerpo, pudiendo ser y existir sin el cuerpo.

"Meditaciones metafísicas", René Descartes

Si compartimos esta posición dualistas, nos resultará imposible afirmar que una máquina sea capaz de pensar y sentir, de la misma forma en la que nosotros lo hacemos. 
Los fisicalistas piensan que, la única y principal diferencia entre nosotros y una bacteria, es el grado de desarrollo de nuestro cerebro. Por lo que los defensores de la existencia de dos elementos antagónicos, no compartirían nunca este planteamiento. Sin embargo, ¿acaso no todos los animales superiores tienen un cerebro con características similares al nuestro? Entonces, ¿por qué un chimpancé no es capaz de hacer música ni reflexionar sobre el sentido de su vida?
Parece ser que nosotros, los humanos, simplemente por el hecho de serlo, contamos con una cualidad no-física que nos obliga a ser cómo somos.

Dicha cualidad, es a la que los filósofos presocráticos denominaban psiké (alma). Platón, entre otros, defendía que a cada ser humano, en el momento de nacer, un dios hacedor denominado "demiurgo" insuflaba el alma a los cuerpos. A partir de ese momento, el sentido de nuestra vida se centraba en recordar todo aquello que, esta parte inmortal y trascendente, había olvidado con el paso al mundo material. De igual modo, filósofos como Aristóteles o, posteriormente Descartes, también propusieron diferentes teorías en este sentido, recalcando la diferencia entre ambos elementos.
Por lo tanto, desde el punto de vista dualista, es esta parte inmaterial la que nos hace y distingue como personas y no como animales salvajes. Pero, ¿puede un conjunto de cables y transistores tener alma? ¿Puede un ordenador contar con este componente metafísico?
La respuesta a estas preguntas, aunque parezca mentira, no puede ser respondida de una manera rotunda.

La mayoría de fisicalistas defienden que -a nivel teórico- sería viable la posibilidad de que algún día un circuito llegara a alcanzar el nivel de complejidad de nuestro cerebro y, por lo tanto, generara sentimientos y pensamientos, tal y como nosotros lo hacemos.
Sin embargo, la mayor parte de dualistas niegan la posibilidad de que un circuito electrónico pueda llegar a tener mente. Aunque este contara con una estructura similar a nuestro cerebro, sería incapaz de desarrollar la dimensión ética, autoconsciente y sentimental que nos caracteriza. Según ellos, la máquina no podría sentir envidia, odio, o empatía. Sin embargo, podría ser capaz de resolver problemas matemáticos de diversa índole.
Por lo tanto, ¿pueden ser capaces las máquinas de pensar?

Para intentar hallar la respuesta a esta pregunta, cada uno debe sopesar sus creencias y pensamientos acerca de su propia naturaleza. Más allá de plantearse si un dispositivo electrónico pudiese alcanzar una actitud similar a la humana, la cuestión tiene aún mayor transcendencia.
¿Somos únicos? ¿Tenemos motivos para considerarnos especiales en algún modo por tener la capacidad de reflexionar y sentir? ¿En el fondo, no somos máquinas programadas por la evolución que simplemente nos limitamos a ejecutar el código genético escrito en nuestras células? Y, finalmente: ¿podrá algún día una máquina reflexionar sentir, y pensar,  tal y como nosotros, los seres humanos, lo hacemos?

- Multivac, ¿qué es lo que deseas? -
El momento que transcurrió entre pregunta y respuesta les pareció interminable, pero Othman y Gulliman no se atrevían siquiera a respirar.
Se oyó un clic y surgió una tarjeta. Muy pequeña. Sobre ella, con letras muy claras, se hallaba la respuesta:

- Deseo morir. -


Rafael Navarro, alumno de 1º de bachillerato
Imagen: Sebas Taits (viñeta)

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