Is this the real life? Is this just fantasy? ¿Realmente
nos interesa saberlo? ¿Si se nos presentase la oportunidad de quedarnos en el
país de las maravillas y ver hasta dónde llega la madriguera del conejo, lo
haríamos? Más aún, ¿lo necesitamos?
Vivimos en un mundo globalizado, en
expansión, muy lejano tanto cultural como socialmente de aquella temprana
sociedad de la antigua Grecia, con sus innovadores físicos y filósofos que
permitieron el avance del pensamiento en una época poblada por dioses y leyendas, mitos e
historias, creadas para satisfacer la necesidad de conocer. Estos primeros pensadores llenaron las ágoras, abiertas
a todo aquel dispuesto al diálogo, con afán de conocimiento.
¿Pero han de ser las cuestiones comentadas
en esas plazas, ya vacías, las que hemos de cuestionarnos hoy en día? Ciertamente
en la década de los 60 podríamos llegar a la conclusión de que el posible
invierno nuclear era un tema serio del que nadie se atrevería a hablar de forma
liviana. Pero a día de hoy, películas como Mad
Max o, videojuegos como Fallout
nos demuestran justo lo contrario: que aunque el tema no haya dejado de tener
su evidente importancia, la gente ha aprendido a vivir con ello y a avanzar
hacia problemas más relevantes, pues “el progreso y el desarrollo son
imposibles si uno sigue haciendo las cosas como siempre las ha hecho”, como
comentó Wayne Walter Dyer.
Y es que es evidente que, la metafísica, presenta una gran
cantidad de interrogantes para los que no hay una respuesta clara y objetiva. Esto
se debe a que la mayor parte de las corrientes filosóficas
desembocan en una concepción del mundo en la que nada es seguro, ni siquiera
nuestra propia existencia. Debido a ello, aparece una visión en la que se
menosprecia lo que nos rodea ante un mundo aparentemente distinto, como afirmaba Platón con su mundo de las ideas.
Este escepticismo podría considerarse
erróneo, pero ¿no es mejor que aceptar el dogma de que nuestro mundo es real
sin pensarlo, o al contrario, podríamos pensar que poner en duda la propia duda sería
una falacia en la que se caería irremediablemente al atacar a la metafísica?
Lo que es evidente es que esta posición gnoseológica ha permitido grandes avances a lo largo de la historia, desde el gran milagro
laico del siglo vi a. C. en el que se abandonó el mito y se comenzó a utilizar
el logos, hasta la búsqueda de los límites del conocimiento humano para determinar
qué es aquello que podemos o no conocer, como afirmaría Immanuel Kant en su "Crítica de la razón pura".
Ahora bien, si el escepticismo es algo tan común, utilizado no sólo en discusiones filosóficas de alto nivel, sino también como un recurso que empleamos para valorar de una manera más objetiva aquello que nos dicen, ¿no debería, entonces, poder ser empleado en situaciones como si el mundo en el que vivimos es real?
Ahora bien, si el escepticismo es algo tan común, utilizado no sólo en discusiones filosóficas de alto nivel, sino también como un recurso que empleamos para valorar de una manera más objetiva aquello que nos dicen, ¿no debería, entonces, poder ser empleado en situaciones como si el mundo en el que vivimos es real?
A fin de cuentas, es este modelo epistemológico en el que se fundamenta una de las herramientas principales de la
ciencia moderna: el método hipotético-deductivo. La cuestión es, si ser escéptico
permite a un científico realizar un descubrimiento, ¿por qué no ocurre lo mismo
con la filosofía? ¿Acaso no será que las respuestas que busca
simplemente no existen?
Nietzsche respondería de una forma
rotunda: “Solo comprenderemos aquellas preguntas que podamos responder.” Si el
enunciado no tiene solución, no tiene sentido plantearse dicha cuestión. La
imposibilidad de determinar si nuestra vida es un sueño, pues no existe un
estado de vigilia (parafraseando a Descartes), nos impide formar un diálogo racional acerca de dicha pregunta, más
allá de cuestionarse la estabilidad de una peonza en los últimos fotogramas de
una película.
Pero, al desprendernos de la
importancia de este tipo de debates, también lo haríamos de una gran cantidad de
interrogantes necesarios para tratar temas tan relevantes
como la verdadera identidad del "ser" o la posibilidad de encontrar
una verdad absoluta. Interrogantes no precisamente poco frecuentes a lo largo
de nuestras vidas como seres pensantes, pues, en palabras de Rabindranath
Tagore, “hacer preguntas es prueba de que se piensa”.
Desde los albores del pensamineto, los hombres han estado movidos por la satisfacción producida al conocer, por la pura
curiosidad. Así, fenómenos tan normales como la lluvia o el paso del día a la
noche han sido motivo de exploración hasta la posibilidad de la existencia de
vida en otros planetas en nuestros días. La metafísica es simplemente ir un
paso más allá, no cuestionarse algo del "ser", sino del "ser en cuanto a ser", o lo que es la mismo, de la
verdadera realidad y, si esta, podremos llegar a conocerla.
No cabe duda de que la metafísica
es una demostración clara de que la filosofía no es solo una reunión de café, pues
consiste también en dar un paso atrás y analizar la situación con otros ojos, con un pensamiento más abierto, en el que se cuestione absolutamente
todo porque
“es preciso dudar, en cuanto sea posible, de todas las cosas”.
Es por esto que, durante la mayor
parte de la historia de la filosofía, se haya considerado a la metafísica como una
rama crucial e imprescindible de este saber. Sin embargo, esta importancia se
ha visto irónicamente puesta en duda en los siglos recientes con la aparición
de nuevas corrientes de pensamiento como el positivismo científico de Comte,
estipulado claramente en la fórmula: "el amor como
principio, el orden como base, el progreso como fin.”
Por eso, tratar temas que no
tengan una utilidad directa en nuestra sociedad causa que el interés por la
metafísica y por sus cuestiones decaiga, como un teatro que por falta de nuevas
ideas pierde el público que una vez se acercó con cierta curiosidad ante lo diferente.
Así pues, la solución tal vez se encuentre en que estas nuevas divagaciones
deberían tener más que ver con los problemas que actualmente se afrontan. Quizá
sea necesaria una filosofía más activa y más entregada a su público, y no al
uso de un vocabulario complejo para comentar cuestiones que todos saben pero
que nadie entiende, pues “los filósofos no han hecho más que
interpretar de diversos modos el mundo, pero de lo que se trata ahora es de
transformarlo, de cambiarlo”, como diría Marx.
Texto: Diego González, alumno de 1º de Bachillerato Internacional
Imagen; Patricia Alonso-Cortes (fotografía)
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