domingo, 6 de noviembre de 2016

¿HA MUERTO LA METAFÍSICA?



Is this the real life? Is this just fantasy? ¿Realmente nos interesa saberlo? ¿Si se nos presentase la oportunidad de quedarnos en el país de las maravillas y ver hasta dónde llega la madriguera del conejo, lo haríamos? Más aún, ¿lo necesitamos? 

Vivimos en un mundo globalizado, en expansión, muy lejano tanto cultural como socialmente de aquella temprana sociedad de la antigua Grecia, con sus innovadores físicos y filósofos que permitieron el avance del pensamiento en una época poblada por dioses y leyendas, mitos e historias, creadas para satisfacer la necesidad de conocer. Estos primeros pensadores llenaron las ágoras, abiertas a todo aquel dispuesto al diálogo, con afán de conocimiento. 

¿Pero han de ser las cuestiones comentadas en esas plazas, ya vacías, las que hemos de cuestionarnos hoy en día? Ciertamente en la década de los 60 podríamos llegar a la conclusión de que el posible invierno nuclear era un tema serio del que nadie se atrevería a hablar de forma liviana. Pero a día de hoy, películas como Mad Max o, videojuegos como Fallout nos demuestran justo lo contrario: que aunque el tema no haya dejado de tener su evidente importancia, la gente ha aprendido a vivir con ello y a avanzar hacia problemas más relevantes, pues “el progreso y el desarrollo son imposibles si uno sigue haciendo las cosas como siempre las ha hecho”, como comentó Wayne Walter Dyer.

Y es que es evidente que, la metafísica, presenta una gran cantidad de interrogantes para los que no hay una respuesta clara y objetiva. Esto se debe a que la mayor parte de las corrientes filosóficas desembocan en una concepción del mundo en la que nada es seguro, ni siquiera nuestra propia existencia. Debido a ello, aparece una visión en la que se menosprecia lo que nos rodea ante un mundo aparentemente distinto, como afirmaba Platón con su mundo de las ideas.

Este escepticismo podría considerarse erróneo, pero ¿no es mejor que aceptar el dogma de que nuestro mundo es real sin pensarlo, o al contrario, podríamos pensar que poner en duda la propia duda sería una falacia en la que se caería irremediablemente al atacar a la metafísica?

Lo que es evidente es que esta posición gnoseológica ha permitido grandes avances a lo largo de la historia, desde el gran milagro laico del siglo vi a. C. en el que se abandonó el mito y se comenzó a utilizar el logos, hasta la búsqueda de los límites del conocimiento humano para determinar qué es aquello que podemos o no conocer, como afirmaría Immanuel Kant en su "Crítica de la razón pura". 

Ahora bien, si el escepticismo es algo tan común, utilizado no sólo en discusiones filosóficas de alto nivel, sino también como un recurso que empleamos para valorar de una manera más objetiva aquello que nos dicen, ¿no debería, entonces, poder ser empleado en situaciones como si el mundo en el que vivimos es real?

A fin de cuentas, es este modelo epistemológico en el que se fundamenta una de las herramientas principales de la ciencia moderna: el método hipotético-deductivo. La cuestión es, si ser escéptico permite a un científico realizar un descubrimiento, ¿por qué no ocurre lo mismo con la filosofía? ¿Acaso no será que las respuestas que busca simplemente no existen?

Nietzsche respondería de una forma rotunda: “Solo comprenderemos aquellas preguntas que podamos responder.” Si el enunciado no tiene solución, no tiene sentido plantearse dicha cuestión. La imposibilidad de determinar si nuestra vida es un sueño, pues no existe un estado de vigilia (parafraseando a Descartes), nos impide formar un diálogo racional acerca de dicha pregunta, más allá de cuestionarse la estabilidad de una peonza en los últimos fotogramas de una película.

Pero, al desprendernos de la importancia de este tipo de debates, también lo haríamos de una gran cantidad de interrogantes necesarios para tratar temas tan relevantes como la verdadera identidad del "ser" o la posibilidad de encontrar una verdad absoluta. Interrogantes no precisamente poco frecuentes a lo largo de nuestras vidas como seres pensantes, pues, en palabras de Rabindranath Tagore, “hacer preguntas es prueba de que se piensa”.

Desde los albores del pensamineto, los hombres han estado movidos por la satisfacción producida al conocer, por la pura curiosidad. Así, fenómenos tan normales como la lluvia o el paso del día a la noche han sido motivo de exploración hasta la posibilidad de la existencia de vida en otros planetas en nuestros días. La metafísica es simplemente ir un paso más allá, no cuestionarse algo del "ser", sino del "ser en cuanto a ser", o lo que es la mismo, de la verdadera realidad y, si esta, podremos llegar a conocerla.

No cabe duda de que la metafísica es una demostración clara de que la filosofía no es solo una reunión de café, pues consiste también en dar un paso atrás y analizar la situación con otros ojos, con un pensamiento más abierto, en el que se cuestione absolutamente todo porque “es preciso dudar, en cuanto sea posible, de todas las cosas”.

Es por esto que, durante la mayor parte de la historia de la filosofía, se haya considerado a la metafísica como una rama crucial e imprescindible de este saber. Sin embargo, esta importancia se ha visto irónicamente puesta en duda en los siglos recientes con la aparición de nuevas corrientes de pensamiento como el positivismo científico de Comte, estipulado claramente en la fórmula: "el amor como principio, el orden como base, el progreso como fin.”

Por eso, tratar temas que no tengan una utilidad directa en nuestra sociedad causa que el interés por la metafísica y por sus cuestiones decaiga, como un teatro que por falta de nuevas ideas pierde el público que una vez se acercó con cierta curiosidad ante lo diferente.

Así pues, la solución tal vez se encuentre en que estas nuevas divagaciones deberían tener más que ver con los problemas que actualmente se afrontan. Quizá sea necesaria una filosofía más activa y más entregada a su público, y no al uso de un vocabulario complejo para comentar cuestiones que todos saben pero que nadie entiende, pues “los filósofos no han hecho más que interpretar de diversos modos el mundo, pero de lo que se trata ahora es de transformarlo, de cambiarlo”, como diría Marx.



Texto: Diego González, alumno de 1º de Bachillerato Internacional
Imagen; Patricia Alonso-Cortes (fotografía)

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