En la Universidad de Londres, el sindicato de estudiantes de
la Escuela de Estudios Orientales y Africanos ha exigido que desaparezcan del
programa filósofos como Platón, Descartes o Kant. Por racistas y colonialistas.
En su escrito, el sindicato se refiere a estos —y a otros personajes
históricos— como “filósofos blancos”. Además, demanda que sean estudiados
únicamente si el alumno lo solicita y siempre poniendo su pensamiento “en el
contexto”. Por ejemplo, los filósofos de la Ilustración deben ser explicados —y
desacreditados— junto a su “contexto colonial”.
Resulta paradójico que en una universidad —que se supone es,
entre más cosas, el lugar donde todas las ideas fluyen, se confrontan y
permiten el surgimiento de otras nuevas— haya quien prohíba mostrar ideas de
pensadores que, guste o no, han conformado el mundo en que vivimos. Más
paradójico todavía es que esta reivindicación se base en una especie de...
¿antirracismo racista? ¿Qué tienen en común Platón y Descartes? Que son
blancos. Bueno, ojo con Platón. Si apareciera hoy en un aeropuerto europeo con
su verdadero aspecto probablemente sería deportado. Y que son colonialistas. Es
decir, para estos alumnos nada ha cambiado entre la Atenas del siglo IV antes
de Cristo y la Francia del XVII. Al parecer, además de la Filosofía, tienen
problemas con la Historia.
Pero la cuestión no es esa. En una época donde a la mentira
le llamamos “posverdad” y al totalitarismo social “corrección política”, no es
difícil quedar a expensas de un grupo —por pequeño que sea— organizado y
dispuesto a imponer cualquier disparate ante una mayoría aterrorizada de que la
etiqueten si se le ocurre oponerse. Resulta obvio que ningún personaje
histórico resiste cinco minutos un análisis con los ojos de hoy en día. Por
ejemplo, Platón perseguía a sus alumnos para enseñarles algo que no es
precisamente el mito de la caverna.
Luego viene el fenómeno snowflake student (estudiante copo
de nieve). No solo tengo derecho a elegir asignaturas,
sino los contenidos de estas. Y aunque no tengo ni idea —ni quiero tenerla—,
puedo arrinconar a quien sea para exigir que ni me mencione contenidos que
desafíen lo que pienso, alegando que son “ofensivos”. Ahí tenemos lo ocurrido
en la Universidad de Glasgow, donde se previene a los estudiantes de Teología —atención,
Teología— de que las imágenes de la crucifixión pueden resultarles “incómodas”.
Si esto sigue así, van a terminar incluyendo en la guía docente Dora,
la exploradora.
En estos tiempos del “arden las redes sociales”, uno de los
últimos reductos de pensamiento libre y reflexivo es la Universidad. Lo que
suceda en esa institución ad intra —perdón por el uso del latín imperialista—
resulta crucial para conformar la sociedad de los próximos años. Si la
Universidad también cae en manos de la nueva inquisición del totalitarismo
ofendido apoyado por los indignados de guardia en las redes sociales
—inquisición que ya deja sentir su larga mano en otros ámbitos—, tal vez sea
mejor cantar como Javier Krahe: “Pero dejadme, ay, que yo prefiera la hoguera,
la hoguera, la hoguera"
Artículo publicado por Jorge Marirrodriga en su columna "El acento"
Imagen: Miguel Brieva (viñeta)
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