martes, 10 de abril de 2018

¿ES DIOS UNA INVENCIÓN DEL HOMBRE?





 Los seres humanos pueden vivir sin dioses, pero los dioses le deben la vida a los seres humanos, es decir, son una extensión imaginaria de la realidad, el resultado de una insatisfacción.
(Luis García Montero)

Alrededor de 6 de cada 10 personas en el mundo se consideran creyentes de alguna religión, de los cuales aproximadamente  1.228.621.000 se declaran católicos. Estos, por lo tanto, creen en un Dios, pero ¿es creer en una fuerza superior una invención del hombre para dar respuesta a aquello que desconocemos? ¿O sirve, en cambio, para no sentir miedo ante sucesos como la muerte? ¿Es posible, por el contrario, que forme parte de nuestra propia naturaleza y se haya ido desarrollando a lo largo de miles de años?
Tanto desde la filosofía como desde la ciencia se ha intentado dar respuesta a estas preguntas. Por una parte, diferenciamos a aquellos que, como Luis García Montero en el estímulo, consideran que Dios es una invención del hombre, o bien para huir de la realidad, o bien para cubrir aquellas cuestiones que carecen de respuestas empíricas como, ¿qué pasará después de la muerte? Sin embargo, contrariamente a esta postura, encontramos defensores de la existencia de Dios. Dentro de este grupo podemos distinguir a quienes la demuestran a posteriori, es decir, a partir de su actuación en el mundo, además de aquellos que la demuestran a priori, defendiendo que forma parte de nuestra naturaleza humana y que la capacidad para comunicarse con él se ha ido desarrollando a medida que ha ido evolucionando nuestro cerebro.
Por un lado y, desde un punto de vista filosófico, existen múltiples justificaciones de la existencia de Dios que, al demostrar que este no es una invención del hombre, desmentirían la cita del ensayista y poeta granadino. En primer lugar, según el argumento finalista, el hecho de que al fijarnos en el mundo que nos rodea nos demos cuenta de que todo se adapta a la función que cumple como si hubiera sido proyectado con una finalidad, demuestra la existencia de un Creador. También nos encontramos con el razonamiento del “ajuste fino”, que defiende que las posibilidades de que el universo permitiera la supervivencia y desarrollo de la especie humana son tan remotas que solo puede ser obra de un ser superior. Esta postura ha sido apoyada históricamente por numerosos filósofos como San Agustín, que a través de su teoría de las verdades eternas, el orden del universo y el consenso universal, demuestra la existencia de Dios. Así, el Obispo de Hipona afirma que en el interior de nuestra alma encontramos verdades universales, inmutables, superiores y necesarias, como son los primeros principios de razón. Pero, puesto que su fundamento no pueden ser las cosas físicas (por ser realidades contingentes, cambiantes y mortales) ni, tampoco nuestra alma (también cambiante), debe existir algún ser que posea sus características y sea su fundamento: Dios.
También se puede demostrar la existencia de Dios contradiciendo el estímulo a partir del argumento del consenso universal, que prueba que Dios existe porque la mayoría de los seres humanos afirman que hay una divinidad que creó el mundo. Es decir, que igual que cuando llevamos largo rato mirando el cielo esperando ver una estrella fugaz y justo pasa una mientras mirábamos hacia otro sitio, dudamos y solo nos convencemos de que ciertamente ha pasado si muchas personas la han visto, los que dudan de la existencia de Dios (como Luis García Montero) deberían convencerse de ella ya que son muchas las personas que afirman que existe un ser superior.
Siguiendo esta línea medievalista, San Anselmo de Canterbury también demuestra la existencia de Dios en su obra Proslogion a partir del argumento ontológico, prueba a priori en la que analiza el concepto de Dios planteado en la Biblia. Según este análisis y partiendo de la base de que Dios se define como un ser “mayor que lo cual nada puede pensarse”, el necio, a pesar de no creer que exista, entiende esta definición. Por lo tanto, si el ateo, como el autor del estímulo sobre el que gira esta reflexión, tiene la idea de Dios (que no de su existencia) en el entendimiento, este tiene que existir realmente puesto que dicha existencia es mayor que existir solo en el pensamiento. Además, si Dios no existiese en realidad, no sería el mayor ser que pueda pensarse y entraría en contradicción con su propia definición.
Siglos después y, pasando de la patrística a la escolástica, Tomás de Aquino defenderá la existencia de Dios pero realizando, contrariamente al argumento ontológico planteado por San Anselmo, una demostración a posteriori. Basándose en la doctrina aristotélica y de clara orientación empírica, parte de una evidencia constatada: todos los seres del mundo son contingentes, luego no pueden ser razón última de su existencia sino que deben provenir de un ser necesario. Por eso, a partir de la universal contingencia de los seres del mundo, estructura las llamadas “vías para demostrar la existencia de Dios” que son cinco y se plantean en su obra Summa Theologica.
Así pues, tanto San Agustín, como San Anselmo y Santo Tomás defienden la existencia de Dios, entendiéndolo como creador y causante de lo contingente, incluidos los seres humanos. Además, no dan cabida a considerar que puedan “vivir sin dioses”, como afirma en el estímulo Luis García Montero. Sin embargo, y sin restarle mérito a estas doctrinas filosóficas, los avances científicos y las leyes de la naturaleza han demostrado que estas pueden no ser del todo ciertas. De la misma manera, otros filósofos posteriores con más conocimientos sobre la antropogénesis y filogénesis como el alemán Schelling, continúan defendiendo que Dios forma parte de nuestra naturaleza ya que defiende que existe un “instinto religioso” que nos lleva a la búsqueda dinámica de Dios desde un conocimiento indefinido de él. Es decir, que igual que tenemos un instinto animal que nos lleva a buscar cobijo cuando hace frío a pesar de que desconozcamos dónde lo encontraremos, tenemos un instinto religioso que nos lleva a buscar a Dios aunque no sepamos qué es exactamente. Al afirmar que “todo instinto está conectado con la búsqueda del objeto que constituye su objetivo”, este se opone a lo planteado por García Montero ya que niega que podamos vivir sin dioses al no poder ignorar esa estrecha conexión que, aunque pueda pasar inadvertida a nuestros sentidos, existe entre el instinto y el objeto (Dios).
Pero, por otro lado, también existen múltiples argumentos científicos y filosóficos que se oponen a la existencia de Dios, comenzando por las críticas a los argumentos planteados anteriormente. Por ejemplo, la teoría de la evolución de Darwin expuesta en su obra El origen de las especies demuestra que la razón por la cual todo se adapta a la función que cumple, como si su finalidad hubiera sido proyectada, es porque los distintos seres vivos se han ido adaptando al medio vital legando sus características a sus descendientes: “Si las condiciones de vida cambian y la forma experimenta modificación, la descendencia modificada puede adquirir la uniformidad de caracteres simplemente conservando la selección natural variaciones favorables análogas". Asimismo, es obvio que hay ciertos sucesos cuya probabilidad de ocurrencia es muy pequeña, como que tu décimo de la lotería salga premiado, pero esto no significa que sea un suceso imposible.
Contrariamente al anteriormente citado argumento cosmológico de Santo Tomás, hay quien considera que la premisa de la que parte (todo tiene una causa) contradice a la conclusión (solo Dios no tiene una causa), y que el hecho de que se le defina como “sobrenatural” solo aumenta la sospecha de que los fundamentos del argumento son incoherentes. Dentro de esta tendencia destaca Nietzsche, que en su obra La Gaya Ciencia, defiende que la única razón por la que el ser humano cree en un Dios es porque es incapaz de aceptar el mundo tal y como es, es decir, debido a su incapacidad para aguantar las crudezas del mundo recurre a los dioses como un “apoyo, sostén”. Asimismo, en esta obra perteneciente a su período ilustrado, Nietzsche plantea la misma idea plasmada en el estímulo por Luis García Montero, al afirmar que “[…] menos podría subsistir Dios sin insensatos”. Esta concepción es compartida por Marx, quien además menciona la “alienación religiosa” por ser la creencia en Dios un instrumento de la clase dominante para controlar al proletariado, como queda claramente reflejado en su obra Crítica de la filosofía del derecho de Hegel.
Pero, ¿y en la práctica? ¿Qué sucesos dan explicación a la naturaleza divina? ¿Qué hay de las evidencias históricas y de los experimentos científicos? El filósofo empirista británico Francis Bacon afirmaba: “Poca ciencia aleja muchas veces de Dios y mucha ciencia conduce siempre a él. Como he mencionado con anterioridad, Charles Darwin sostiene que el ser humano ha ido evolucionando a lo largo de los siglos, por lo que habrá que remontarse a las primeras referencias a los dioses para poder dar respuesta a la cuestión filosófica planteada.
 Los primeros homínidos en hacer ritos funerarios a sus muertos fueron, según los antropólogos, los heidelbergensis, hace unos 600.000 años. Estas afirmaciones son posibles gracias a los descubrimientos en los yacimientos arqueológicos y a las pinturas rupestres en las cuevas. Sin embargo, hay aspectos que los arqueólogos y científicos no tienen del todo claro. Como, por ejemplo, ¿qué fue lo que causó el desarrollo de estas nuevas inquietudes metafísicas? La respuesta para los partidarios del desarrollo de la creencia en Dios es clara: la cerebración (concretamente el desarrollo del lóbulo lateral derecho) y el desarrollo de la inteligencia. No obstante, contraargumentando esta tesis, se puede afirmar que precisamente ese desarrollo de la inteligencia llevó al hombre al miedo a lo desconocido y a inventar divinidades. Pero, ¿en diferentes partes del planeta se inventaron las divinidades a la vez? ¿Por qué a raíz de los descubrimientos de las pinturas de animales en cuevas situadas a miles de kilómetros de distancia, se considera que el ser humano desarrolló la actitud estética pero no se considera que por el mismo motivo pudiese desarrollar la sensibilidad religiosa? La carencia de respuestas y el argumento del consenso universal de San Anselmo, pueden llevar a afirmar que realmente Dios forma parte de nuestra naturaleza humana y que nuestra religiosidad se ha ido desarrollando junto con nuestro cerebro.
Sin embargo, existen estudios científicos que parecen demostrar lo contrario. Un ejemplo de ello es el realizado por el neurólogo Michel Persinger, que inventó un dispositivo denominado “casco de Dios”, en el que los sujetos decían sentir otras presencias, que resultaron ser producto de la estimulación del lóbulo temporal. De ahí que Persinger concluyera que cualquier presencia que los sujetos sintieran, incluidas las relacionadas con algún aspecto religioso, era producto de su cultura. Por tanto, los resultados de dicho experimento reforzarían la postura del autor del estímulo.
Por otro lado y, justificando la hipótesis de que Dios forma parte de nuestra naturaleza, encontramos otro experimento llevado a cabo por el genetista Dean Hamer, en el que el descubrimiento de un gen concreto en las personas con inclinaciones religiosas podría llevar a afirmar que nuestro cuerpo ha sido diseñado para poder comunicarnos con Dios, desmantelando la afirmación expuesta en el estímulo: “Los seres humanos pueden vivir sin dioses, pero los dioses le deben la vida a los seres humanos, es decir, son una extensión imaginaria de la realidad, el resultado de una insatisfacción”.
Por lo tanto, tras analizar distintas teorías filosóficas y científicas acerca de la existencia de Dios, podemos concluir que la respuesta a la pregunta planteada está basada fundamentalmente en nuestras creencias. Sin embargo, teniendo en cuenta las diferentes evidencias, considero que los componentes del mundo son demasiado perfectos y encajan demasiado bien como para ser casualidad. Además, creo que el desarrollo de las sensibilidades religiosas y la existencia de una variante de un gen que forma parte de nuestro ADN son pruebas evidentes de que Dios no es una invención del hombre, sino que efectivamente forma parte de nuestra naturaleza. De esta manera, podemos demostrar racionalmente la existencia de Dios, siguiendo el ejemplo de San Agustín: “Intellige ut creadas, crede ut intelligas”

 Julia Ramírez Simón



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