Los seres
humanos pueden vivir sin dioses, pero los dioses le deben la vida a los seres
humanos, es decir, son una extensión imaginaria de la realidad, el resultado de
una insatisfacción.
(Luis García Montero)
Alrededor de 6 de cada 10 personas en el mundo se
consideran creyentes de alguna religión, de los cuales aproximadamente 1.228.621.000
se declaran católicos. Estos, por lo tanto, creen en un Dios, pero ¿es creer en
una fuerza superior una invención del hombre para dar respuesta a aquello que
desconocemos? ¿O sirve, en cambio, para no sentir miedo ante sucesos como la
muerte? ¿Es posible, por el contrario, que forme parte de nuestra propia naturaleza
y se haya ido desarrollando a lo largo de miles de años?
Tanto desde la filosofía como desde la ciencia se
ha intentado dar respuesta a estas preguntas. Por una parte, diferenciamos a
aquellos que, como Luis García Montero en el estímulo, consideran que Dios es
una invención del hombre, o bien para huir de la realidad, o bien para cubrir
aquellas cuestiones que carecen de respuestas empíricas como, ¿qué pasará
después de la muerte? Sin embargo, contrariamente a esta postura, encontramos defensores
de la existencia de Dios. Dentro de este grupo podemos distinguir a quienes la
demuestran a posteriori, es decir, a partir de su actuación en el mundo, además
de aquellos que la demuestran a priori, defendiendo que forma parte de nuestra
naturaleza humana y que la capacidad para comunicarse con él se ha ido
desarrollando a medida que ha ido evolucionando nuestro cerebro.
Por un lado y, desde un punto de vista filosófico,
existen múltiples justificaciones de la existencia de Dios que, al demostrar
que este no es una invención del hombre, desmentirían la cita del ensayista y poeta
granadino. En primer lugar, según el argumento finalista, el hecho de que al
fijarnos en el mundo que nos rodea nos demos cuenta de que todo se adapta a la
función que cumple como si hubiera sido proyectado con una finalidad, demuestra
la existencia de un Creador.
También nos encontramos con el razonamiento del “ajuste fino”,
que defiende que las posibilidades de que el universo permitiera la
supervivencia y desarrollo de la especie humana son tan remotas que solo puede
ser obra de un ser superior. Esta postura ha sido apoyada históricamente por
numerosos filósofos como San Agustín, que a través de su teoría de las verdades
eternas, el orden del universo y el consenso universal, demuestra la existencia
de Dios. Así, el Obispo de Hipona afirma que en el interior de nuestra alma
encontramos verdades universales, inmutables, superiores y necesarias, como son
los primeros principios de razón. Pero, puesto que su fundamento no pueden ser
las cosas físicas (por ser realidades contingentes, cambiantes y mortales) ni,
tampoco nuestra alma (también cambiante), debe existir algún ser que posea sus
características y sea su fundamento: Dios.
También se puede demostrar la existencia de Dios contradiciendo
el estímulo a partir del argumento del consenso universal, que prueba que Dios existe
porque la mayoría de los seres humanos afirman que hay una divinidad que creó
el mundo. Es decir, que igual que cuando llevamos largo rato mirando el cielo
esperando ver una estrella fugaz y justo pasa una mientras mirábamos hacia otro
sitio, dudamos y solo nos convencemos de que ciertamente ha pasado si muchas
personas la han visto, los que dudan de la existencia de Dios (como Luis García
Montero) deberían convencerse de ella ya que son muchas las personas que afirman
que existe un ser superior.
Siguiendo esta línea medievalista, San Anselmo de
Canterbury también demuestra la existencia de Dios en su obra Proslogion a partir del argumento
ontológico, prueba a priori en la que analiza el concepto de Dios planteado en
la Biblia. Según este análisis y partiendo de la base de que Dios se define
como un ser “mayor que lo cual nada puede pensarse”,
el necio, a pesar de no creer que exista, entiende esta definición. Por lo
tanto, si el ateo, como el autor del estímulo sobre el que gira esta reflexión,
tiene la idea de Dios (que no de su existencia) en el entendimiento, este tiene
que existir realmente puesto que dicha existencia es mayor que existir solo en
el pensamiento. Además, si Dios no existiese en realidad, no sería el mayor ser
que pueda pensarse y entraría en contradicción con su propia definición.
Siglos después y, pasando de la patrística a la
escolástica, Tomás de Aquino defenderá la existencia de Dios pero realizando,
contrariamente al argumento ontológico planteado por San Anselmo, una
demostración a posteriori.
Basándose en la doctrina aristotélica y de clara orientación empírica, parte de
una evidencia constatada: todos los seres del mundo son contingentes, luego no
pueden ser razón última de su existencia sino que deben provenir de un ser
necesario. Por eso, a partir de la universal contingencia de los seres del
mundo, estructura las llamadas “vías para demostrar la existencia de Dios” que
son cinco y se plantean en su obra Summa
Theologica.
Así pues, tanto San Agustín, como San Anselmo y
Santo Tomás defienden la existencia de Dios, entendiéndolo como creador y
causante de lo contingente, incluidos los seres humanos. Además, no dan cabida
a considerar que puedan “vivir sin dioses”, como afirma en el estímulo Luis
García Montero. Sin embargo, y sin restarle mérito a estas doctrinas
filosóficas, los avances científicos y las leyes de la naturaleza han
demostrado que estas pueden no ser del todo ciertas. De la misma manera, otros filósofos
posteriores con más conocimientos sobre la antropogénesis y filogénesis como el
alemán Schelling, continúan defendiendo que Dios forma parte de nuestra
naturaleza ya que defiende que existe un “instinto religioso” que nos lleva a
la búsqueda dinámica de Dios desde un conocimiento indefinido de él. Es decir,
que igual que tenemos un instinto animal que nos lleva a buscar cobijo cuando
hace frío a pesar de que desconozcamos dónde lo encontraremos, tenemos un
instinto religioso que nos lleva a buscar a Dios aunque no sepamos qué es
exactamente. Al afirmar que “todo instinto está conectado con la búsqueda del
objeto que constituye su objetivo”, este se opone a lo planteado por
García Montero ya que niega que podamos vivir sin dioses al no poder ignorar esa
estrecha conexión que, aunque pueda pasar inadvertida a nuestros sentidos,
existe entre el instinto y el objeto (Dios).
Pero, por otro lado, también existen múltiples
argumentos científicos y filosóficos que se oponen a la existencia de Dios, comenzando
por las críticas a los argumentos planteados anteriormente. Por ejemplo, la
teoría de la evolución de Darwin expuesta en su obra El origen de las especies demuestra que la razón por la cual todo
se adapta a la función que cumple, como si su finalidad hubiera sido
proyectada, es porque los distintos seres vivos se han ido adaptando al medio
vital legando sus características a sus descendientes: “Si las condiciones de
vida cambian y la forma experimenta modificación, la descendencia modificada
puede adquirir la uniformidad de caracteres simplemente conservando la
selección natural variaciones favorables análogas".
Asimismo, es obvio que hay ciertos sucesos cuya probabilidad de ocurrencia es
muy pequeña, como que tu décimo de la lotería salga premiado, pero esto no
significa que sea un suceso imposible.
Contrariamente al anteriormente citado argumento
cosmológico de Santo Tomás, hay quien considera que la premisa de la que parte
(todo tiene una causa) contradice a la conclusión (solo Dios no tiene una
causa), y que el hecho de que se le defina como “sobrenatural” solo aumenta la
sospecha de que los fundamentos del argumento son incoherentes. Dentro de esta
tendencia destaca Nietzsche, que en su obra La
Gaya Ciencia, defiende que la única razón por la que el ser humano cree en
un Dios es porque es incapaz de aceptar el mundo tal y como es, es decir,
debido a su incapacidad para aguantar las crudezas del mundo recurre a los
dioses como un “apoyo, sostén”.
Asimismo, en esta obra perteneciente a su período ilustrado, Nietzsche plantea
la misma idea plasmada en el estímulo por Luis García Montero, al afirmar que “[…]
menos podría subsistir Dios sin insensatos”. Esta concepción es compartida por
Marx, quien además menciona la “alienación religiosa” por ser la creencia en
Dios un instrumento de la clase dominante para controlar al proletariado, como
queda claramente reflejado en su obra Crítica
de la filosofía del derecho de Hegel.
Pero, ¿y en la práctica? ¿Qué sucesos dan
explicación a la naturaleza divina? ¿Qué hay de las evidencias históricas y de
los experimentos científicos? El filósofo empirista británico Francis Bacon
afirmaba: “Poca ciencia aleja muchas veces de Dios y mucha ciencia conduce
siempre a él”. Como
he mencionado con anterioridad, Charles Darwin sostiene que el ser humano ha
ido evolucionando a lo largo de los siglos, por lo que habrá que remontarse a
las primeras referencias a los dioses para poder dar respuesta a la cuestión
filosófica planteada.
Los
primeros homínidos en hacer ritos funerarios a sus muertos fueron, según los
antropólogos, los heidelbergensis,
hace unos 600.000 años. Estas afirmaciones son posibles gracias a los
descubrimientos en los yacimientos arqueológicos y a las pinturas rupestres en
las cuevas. Sin embargo, hay aspectos que los arqueólogos y científicos no
tienen del todo claro. Como, por ejemplo, ¿qué fue lo que causó el desarrollo
de estas nuevas inquietudes metafísicas? La respuesta para los partidarios del
desarrollo de la creencia en Dios es clara: la cerebración (concretamente el
desarrollo del lóbulo lateral derecho) y el desarrollo de la inteligencia. No
obstante, contraargumentando esta tesis, se puede afirmar que precisamente ese
desarrollo de la inteligencia llevó al hombre al miedo a lo desconocido y a
inventar divinidades. Pero, ¿en diferentes partes del planeta se inventaron las
divinidades a la vez? ¿Por qué a raíz de los descubrimientos de las pinturas de
animales en cuevas situadas a miles de kilómetros de distancia, se considera
que el ser humano desarrolló la actitud estética pero no se considera que por
el mismo motivo pudiese desarrollar la sensibilidad religiosa? La carencia de
respuestas y el argumento del consenso universal de San Anselmo, pueden llevar
a afirmar que realmente Dios forma parte de nuestra naturaleza humana y que
nuestra religiosidad se ha ido desarrollando junto con nuestro cerebro.
Sin embargo, existen estudios científicos que
parecen demostrar lo contrario. Un ejemplo de ello es el realizado por el
neurólogo Michel Persinger, que inventó un dispositivo denominado “casco de
Dios”,
en el que los sujetos decían sentir otras presencias, que resultaron ser
producto de la estimulación del lóbulo temporal. De ahí que Persinger concluyera
que cualquier presencia que los sujetos sintieran, incluidas las relacionadas
con algún aspecto religioso, era producto de su cultura. Por tanto, los
resultados de dicho experimento reforzarían la postura del autor del estímulo.
Por otro lado y, justificando la hipótesis de que
Dios forma parte de nuestra naturaleza, encontramos otro experimento llevado a
cabo por el genetista Dean Hamer,
en el que el descubrimiento de un gen concreto en las personas con
inclinaciones religiosas podría llevar a afirmar que nuestro cuerpo ha sido
diseñado para poder comunicarnos con Dios, desmantelando la afirmación expuesta
en el estímulo: “Los seres humanos pueden vivir sin dioses, pero los dioses le
deben la vida a los seres humanos, es decir, son una extensión imaginaria de la
realidad, el resultado de una insatisfacción”.
Por lo tanto, tras analizar distintas teorías
filosóficas y científicas acerca de la existencia de Dios, podemos concluir que
la respuesta a la pregunta planteada está basada fundamentalmente en nuestras
creencias. Sin embargo, teniendo en cuenta las diferentes evidencias, considero
que los componentes del mundo son demasiado perfectos y encajan demasiado bien
como para ser casualidad. Además, creo que el desarrollo de las sensibilidades
religiosas y la existencia de una variante de un gen que forma parte de nuestro
ADN son pruebas evidentes de que Dios no es una invención del hombre, sino que
efectivamente forma parte de nuestra naturaleza. De esta manera, podemos
demostrar racionalmente la existencia de Dios, siguiendo el ejemplo de San
Agustín: “Intellige ut creadas, crede ut intelligas”
Julia Ramírez Simón
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